Saturday, March 18, 2017

Escurriéndose

Ya no es tan fácil como solía ser. Paradójicamente, debería ser un evento para celebrar: alejarme de aquel pequeño portal hacia la nada infinita es un paso que cuesta, pero que es necesario. Lo veo en mi sonrisa, en la de los demás, como demostraciones infatigables de que estoy haciendo lo correcto.

Cuando logro dar un atisbo dentro del camaleónico espacio que, aunque con las ventanas tapiadas contiene una luz invisible que logra dar sentido a mis pasos, el reflejo que entregan desde el piso los trozos irregulares del vidrio que quebré en una de las tantas noches de tránsito es, indudablemente, el mismo: las pupilas temblorosas, la sonrisa torcida, el regusto de que todo se derrumbará pronto. Ese sentimiento inquieto de no saber en qué punto estoy. La certeza definitiva de que es imposible huir.

El día en que logre mantener mi cabeza en alto y las palmadas en mi espalda se agudicen será el mismo que se fundirá con aquella noche.

Ahora es difícil llegar al camino deforme por el que tantas veces transité. En esa noche, fatídica, seductora e imposible de evitar, sé que será lo más fácil del mundo.

Porque nunca seré capaz de volver a huir tan cobardemente como lo he hecho en este último tiempo.

Porque, aunque digan lo contrario, mi hogar siempre ha estado entre los escombros y el polvo, en los rincones más deshabitados de un mundo con tintes azules y telón negro.

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