Sunday, April 30, 2017

Esa

Cualquiera de las clases dictadas por mis profesores (incluso de aquellos que son doctores y hacen honor a su título gracias a su ineficiente forma de enseñanza) sería un material más fácil de explicar que la maraña de fibras semitransparentes que continúa allí, reposando serena sobre la masa babosa de mi cerebro.

Se escurre cuando quiero tomarla y arrancarla, aunque sé que sigue allí a pesar de mis intentos infructuosos por erradicar todo trocito de la mierda que la compone. También sé, en un acto de aprendizaje a través de los años, de ensayo y error, que toma formas mucho más afables de vez en cuando. A veces, hasta me deja ver fogonazos de luz; resquicios de lo que está compuesta.

Me lleva a parajes por los que no he transitado con mi cuerpo físico. Lugares donde la iluminación es un bien escaso, donde el polvo se levanta y vuela por las habitaciones; lugares que, con sus paredes verde musgo o gris opaco, parecen hacer brotar bocas en todos los rincones donde no soy lo suficientemente rápida para mirar. Los susurros aparecen tenuemente, mas, a pesar de su debilidad logran remecer cada una de las costillas que quieren súbitamente apretarse contra mi corazón hasta aplastarlo y destruirlo en mil pedazos.

Hay ocasiones donde no puedo respirar. Las menos, donde aquel canto mudo logra encontrar el camino hacia la fracción más profunda de mi cuerpo y parece deleitarse en su juego en que, como ha sabido desde el principio, tarde o temprano se presentará como el claro ganador.

Me engulle esa sensación. Esa impredecible, cruel y atrayente sensación.

Esa, que algún día me terminará por destruir y arrastrar a su mundo, sin posibilidad alguna de escape.